lunes, 26 de marzo de 2012

Labas Lietuva

(Noviembre de 2011) “Pablo, además del viajecito al Valle de Nuria, tengo unos pasajes para irme a Lituania en marzo, ¿te prendés? Hay un castillito para hacer fotos, te va a gustar”. Así continuó la conversación con la que arrancó el post anterior. Esta vez ya no estaba tan seguro y me tomé unos días para tomar la decisión. Finalmente compré el pasaje por Ryanair (la aerolínea low cost por excelencia) y como en el caso anterior, le dije a mi amigo que se encargara de los detalles.
Después de nuestra paupérrima planificación para Valle de Nuria, nos esforzamos un poco más a la hora de elegir la ropa y ésta vez llevamos yerba y bombilla (al Valle habíamos llevado el mate pero en algún lado habíamos dejado olvidado el resto del equipo…). Mi amigo ya es todo un experto en éste país Báltico, conoce todos sus secretos, las frases básicas (Hola: 'labas' como el título del post, Chau, Gracias, Cerveza, etc) y me aseguró que esta vez sí sabía a donde estábamos yendo, solamente que nunca había ido en invierno así que no sabía que tan duro era lo que nos esperaba.
Como todos sabemos las aerolíneas son super estrictas con las restricciones de tamaño y peso de los equipajes, sobre todo las low cost. Ellas apuestan a que uno haga todo por Internet, la compra, el check-in, la impresión de la tarjeta de embarque y la compra de equipaje adicional. En caso de tener que hacer cualquiera de estas cosas en el aeropuerto, el costo de gestión puede superar al del pasaje, por ejemplo, imprimir la tarjeta de embarque en el aeropuerto sale €60 (sí, leyeron bien). O quizás el equipaje de mano supera las medidas y el peso permitido, por lo que te obligan a despacharla, cobrando la gestión correspondiente. Siempre hay que leer la letra chica porque estos viajes low cost te pueden dar una sorpresita.
Para nuestro viaje, Ryanair permitía llevar 15 kg y con ayuda de mi balanza de equipajes, de la que todos se rieron antes de irme, logramos hacer que en el aeropuerto la valija pesara exactamente 15 kg. Todo iba sobre ruedas. Subimos al avión y después de algunas discusiones con las azafatas nos acomodamos en nuestros asientos y nos preparamos para las 3 horas de vuelo que teníamos por delante. Como ya saben, no te dan nada para comer ni tomar, todo lo cobran como si estuvieras en el Sheraton, así que llevamos nuestras provisiones. Durante el vuelo no solamente pasan a ofrecerte comida, sino que a intervalos de 25 minutos aproximadamente, pasan a vender perfumes, billetes de lotería, tarjetas telefónicas, puchos que no largan humo, algo para donar a la caridad, revistas, etc etc.
Lituania tiene una hora más que el resto de Europa, por lo que adelantamos los relojes al despegar. Pero esto nos jugó una mala pasada y no nos dimos cuenta que el avión estaba tardando más de lo esperado. Según nos indicó el piloto, el viento nos había jugado una mala pasada y llegaríamos una hora más tarde….después me preguntan porqué no me gustan los aviones…. Finalmente, una hora más tarde de lo prometido, llegamos a Lituania. Cambiamos algo de dinero y partimos hacia el hostel.
Antes del viaje me imaginaba Vilna, la capital de Lituania, como una ciudad parecida a Zagreb; muy fría en ésta época del año, tanto que iba a ser imposible salir a la noche; precios bien bajos; comida buena y barata; lleno de modelos altas, rubias con ojos azul profundo, todas acompañadas por algún tipo con cara de mafioso; y un idioma complicado pero no tan incomprensible como el húngaro. Bueno, mi intuición estaba en lo correcto, era todo tal cual me lo imaginaba.
Debido a la demora del vuelo, llegamos cuando el sol ya había bajado y el frío de la noche se empezaba a sentir. El hostel estaba a unos 20 minutos caminando (30 si se está arrastrando una valija de 15 kilos). La calle estaba desierta. Cada tanto se veía a alguien paseando a su perro (habría que preguntarle al perro si quería salir a pasear con 10 grados bajo cero). Llegamos al hostel, tiramos nuestras cosas por ahí y salimos en busca de comida. No tengo palabras para explicar el frío que hacía. Pocas veces en mi vida sufrí tanto, como pueden ver en el video. Nos metimos a comer una pizza en el primer lugar que se cruzó.



Al día siguiente, ya con temperaturas sobre cero (aunque no muy distantes a él) salimos a dar una vuelta por la ciudad. Una de las mayores atracciones es el museo de la KGB, que está ubicado en el edificio en donde estaban instaladas las oficinas de la KGB en la época comunista. Se pueden ver las distintas dependencias y hasta las cárceles ubicadas en el subsuelo. Recomendable. Después cruzamos el río y, nuevamente, nos metimos en un restaurante para escaparnos del frío. Aprovechamos para pedir un poco de la comida típica Lituana. Lo que más se destaca son los “Kibinine” que son unas empanadas (así de fácil). Se pueden pedir con distintos rellenos, como ser cebolla, verduras, pero el país es bastante carnívoro por lo que las opciones más comunes son carne de vaca, de cerdo, de venado y cordero. Son un poco más grandes que las argentas y mucho más masudas.
Lo segundo que tienen que probar son los “zeppelines”. Son pequeñas granadas de la segunda guerra mundial con salsa. No se exactamente la receta, es una masa de papa bastante aceitosa con forma ovalada rellenos de carne. Si son bien machos traten de comerse dos seguidos. Me habían dicho que eran terriblemente pesados y cuando los ví no pensé que iban a ser gran cosa, pero les aseguro que el primer bocado los hace sentir satisfechos. Pidan algo de cerveza local para ayudar a bajar este manjar.

Me olvidaba, antes de probar estos platos no olviden empezar la comida pidiéndole al mozo una Šaltibarščia (se pronuncia más o menos como “shatibarshchia”). No sólo el nombre es un desafío, a simple vista es un poco chocante para el paladar argento, ya que es una sopa de color rosa, muy famosa en los países bálticos pero extremadamente rara para nosotros. Está hecha de verduras, yogurt y alguna raíz que desconozco que le da ese color. Yo no me animé a probarla, mi amigo si y dijo que tenía buen sabor (además que sobrevivió a la experiencia). Para bajar el almuerzo hicimos un pequeño paseo por el río congelado, como se ve en el video.

 

Nuestro segundo día en Lituania nos llevó a Trakai, una pequeña ciudad a unos pocos kilómetros de Vilna donde está el castillo que mi amigo me había prometido unos meses antes. Lo interesante es que este castillo está en el medio de una isla y solo se puede acceder por puentes. En realidad casi todo el pueblo está rodeado de varios lagos, lo que significa que en épocas medievales debía ser un lugar bastante seguro para vivir, protegido por éstas masas de agua. Excepto en invierno, cuando los lagos se congelan y pueden ser fácilmente cruzados a pie. Nosotros llegamos casi al final del invierno y tuvimos la suerte de que los lagos estaban casi completamente congelados. Como vimos gente caminando sobre el hielo, nos animamos y cruzamos desde el castillo hasta la otra punta del pueblo (ver el video).



El segundo atractivo de Trakai son los Kibinine. Sí, ya los habíamos comido en Vilna, pero son originarios de Trakai. En este pueblo van a degustar los mejores Kibinine de Lituania a precios londinenses. Pero bueno, ya que estábamos ahí teníamos que probar. Nos metimos en un restaurant que decía tener unos 200 años de antigüedad (foto) y pedimos kibinine de distintos tipos de carne y un par de zeppelines. Se imaginan que después de esta aventura, no podía hacer otra cosa que dormirme una alta siestadurante los 45 minutos de bus de vuelta a Vilna.
Nuestro viaje en éste país fue de modo “Express”. Estuvimos muy pocos días, pero lo suficiente para conocer las ciudades. Si alguna vez van a Vilna suban a la fortaleza para tener una buena vista de la ciudad, sáquense fotos en el puente comunista, caminen por las callecitas de tipo medieval que los van a transportar 500 años en el pasado y no se olviden de ir a Užupis. Užupis significa “del otro lado del río” y justamente es un barrio que queda cruzando un pequeño río (no el que estaba congelado en el video anterior).
Este barrio tiene una onda Palermosa, solía ser un criadero de ratas pero de a poco los tipos más bohemios se fueron instalando ahí y ahora está lleno de restaurants y bares de última moda; y todos los wannabe se quieren mudar ahí. Cuando crucen el río van a ver un cartel que dice “Bienvenidos a la República de Užupis”. En 1997 a modo de joda se autodeclararon como estado independiente con una armada de 12 personas. Si caminan unos metros van a ver la Consitución escrita en la pared en varios idiomas. Cada loco con su tema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario