(Noviembre de 2011) “Pablo, además del viajecito al
Valle de Nuria, tengo unos pasajes para irme a Lituania en marzo, ¿te prendés?
Hay un castillito para hacer fotos, te va a gustar”. Así continuó la
conversación con la que arrancó el post anterior. Esta vez ya no estaba tan
seguro y me tomé unos días para tomar la decisión. Finalmente compré el pasaje
por Ryanair (la aerolínea low cost por excelencia) y como en el caso anterior, le
dije a mi amigo que se encargara de los detalles.
Después de nuestra paupérrima planificación para
Valle de Nuria, nos esforzamos un poco más a la hora de elegir la ropa y ésta
vez llevamos yerba y bombilla (al Valle habíamos llevado el mate pero en algún
lado habíamos dejado olvidado el resto del equipo…). Mi amigo ya es todo un
experto en éste país Báltico, conoce todos sus secretos, las frases básicas
(Hola: 'labas' como el título del post, Chau, Gracias, Cerveza, etc) y me aseguró que esta vez sí sabía a donde
estábamos yendo, solamente que nunca había ido en invierno así que no sabía que
tan duro era lo que nos esperaba.
Como todos sabemos las aerolíneas son super
estrictas con las restricciones de tamaño y peso de los equipajes, sobre todo
las low cost. Ellas apuestan a que uno haga todo por Internet, la compra, el
check-in, la impresión de la tarjeta de embarque y la compra de equipaje
adicional. En caso de tener que hacer cualquiera de estas cosas en el
aeropuerto, el costo de gestión puede superar al del pasaje, por ejemplo,
imprimir la tarjeta de embarque en el aeropuerto sale €60 (sí, leyeron bien). O
quizás el equipaje de mano supera las medidas y el peso permitido, por lo que
te obligan a despacharla, cobrando la gestión correspondiente. Siempre hay que
leer la letra chica porque estos viajes low cost te pueden dar una sorpresita.
Para nuestro viaje, Ryanair permitía llevar 15 kg y
con ayuda de mi balanza de equipajes, de la que todos se rieron antes de irme,
logramos hacer que en el aeropuerto la valija pesara exactamente 15 kg. Todo
iba sobre ruedas. Subimos al avión y después de algunas discusiones con las
azafatas nos acomodamos en nuestros asientos y nos preparamos para las 3 horas
de vuelo que teníamos por delante. Como ya saben, no te dan nada para comer ni
tomar, todo lo cobran como si estuvieras en el Sheraton, así que llevamos
nuestras provisiones. Durante el vuelo no solamente pasan a ofrecerte comida,
sino que a intervalos de 25 minutos aproximadamente, pasan a vender perfumes,
billetes de lotería, tarjetas telefónicas, puchos que no largan humo, algo para
donar a la caridad, revistas, etc etc.
Lituania tiene una hora más que el resto de Europa,
por lo que adelantamos los relojes al despegar. Pero esto nos jugó una mala
pasada y no nos dimos cuenta que el avión estaba tardando más de lo esperado.
Según nos indicó el piloto, el viento nos había jugado una mala pasada y
llegaríamos una hora más tarde….después me preguntan porqué no me gustan los
aviones…. Finalmente, una hora más tarde de lo prometido, llegamos a Lituania.
Cambiamos algo de dinero y partimos hacia el hostel.
Antes del viaje me imaginaba Vilna, la capital de
Lituania, como una ciudad parecida a Zagreb; muy fría en ésta época del año,
tanto que iba a ser imposible salir a la noche; precios bien bajos; comida
buena y barata; lleno de modelos altas, rubias con ojos azul profundo, todas acompañadas
por algún tipo con cara de mafioso; y un idioma complicado pero no tan incomprensible
como el húngaro. Bueno, mi intuición estaba en lo correcto, era todo tal cual
me lo imaginaba.
Debido a la demora del vuelo, llegamos cuando el
sol ya había bajado y el frío de la noche se empezaba a sentir. El hostel
estaba a unos 20 minutos caminando (30 si se está arrastrando una valija de 15
kilos). La calle estaba desierta. Cada tanto se veía a alguien paseando a su
perro (habría que preguntarle al perro si quería salir a pasear con 10 grados
bajo cero). Llegamos al hostel, tiramos nuestras cosas por ahí y salimos en
busca de comida. No tengo palabras para explicar el frío que hacía. Pocas veces
en mi vida sufrí tanto, como pueden ver en el video. Nos metimos a comer una
pizza en el primer lugar que se cruzó.
Al día siguiente, ya con temperaturas sobre cero
(aunque no muy distantes a él) salimos a dar una vuelta por la ciudad. Una de
las mayores atracciones es el museo de la KGB, que está ubicado en el edificio
en donde estaban instaladas las oficinas de la KGB en la época comunista. Se
pueden ver las distintas dependencias y hasta las cárceles ubicadas en el
subsuelo. Recomendable. Después cruzamos el río y, nuevamente, nos metimos en
un restaurante para escaparnos del frío. Aprovechamos para pedir un poco de la
comida típica Lituana. Lo que más se destaca son los “Kibinine” que son unas
empanadas (así de fácil). Se pueden pedir con distintos rellenos, como ser
cebolla, verduras, pero el país es bastante carnívoro por lo que las opciones
más comunes son carne de vaca, de cerdo, de venado y cordero. Son un poco más
grandes que las argentas y mucho más masudas.
Lo segundo que tienen que probar son los “zeppelines”.
Son pequeñas granadas de la segunda guerra mundial con salsa. No se exactamente
la receta, es una masa de papa bastante aceitosa con forma ovalada rellenos de
carne. Si son bien machos traten de comerse dos seguidos. Me habían dicho que
eran terriblemente pesados y cuando los ví no pensé que iban a ser gran cosa,
pero les aseguro que el primer bocado los hace sentir satisfechos. Pidan algo
de cerveza local para ayudar a bajar este manjar.
Me olvidaba, antes de probar estos platos no
olviden empezar la comida pidiéndole al mozo una Šaltibarščia (se pronuncia más
o menos como “shatibarshchia”). No sólo el nombre es un desafío, a simple vista
es un poco chocante para el paladar argento, ya que es una sopa de color rosa,
muy famosa en los países bálticos pero extremadamente rara para nosotros. Está
hecha de verduras, yogurt y alguna raíz que desconozco que le da ese color. Yo
no me animé a probarla, mi amigo si y dijo que tenía buen sabor (además que
sobrevivió a la experiencia). Para bajar el almuerzo hicimos un pequeño paseo
por el río congelado, como se ve en el video.
Nuestro
segundo día en Lituania nos llevó a Trakai, una pequeña ciudad a unos pocos
kilómetros de Vilna donde está el castillo que mi amigo me había prometido unos
meses antes. Lo interesante es que este castillo está en el medio de una isla y
solo se puede acceder por puentes. En realidad casi todo el pueblo está rodeado
de varios lagos, lo que significa que en épocas medievales debía ser un lugar
bastante seguro para vivir, protegido por éstas masas de agua. Excepto en
invierno, cuando los lagos se congelan y pueden ser fácilmente cruzados a pie.
Nosotros llegamos casi al final del invierno y tuvimos la suerte de que los
lagos estaban casi completamente congelados. Como vimos gente caminando sobre
el hielo, nos animamos y cruzamos desde el castillo hasta la otra punta del
pueblo (ver el video).
El segundo atractivo de Trakai son los Kibinine.
Sí, ya los habíamos comido en Vilna, pero son originarios de Trakai. En este
pueblo van a degustar los mejores Kibinine de Lituania a precios londinenses.
Pero bueno, ya que estábamos ahí teníamos que probar. Nos metimos en un
restaurant que decía tener unos 200 años de antigüedad (foto) y pedimos kibinine de
distintos tipos de carne y un par de zeppelines. Se imaginan que después de
esta aventura, no podía hacer otra cosa que dormirme una alta siestadurante los
45 minutos de bus de vuelta a Vilna.
Nuestro viaje en éste país fue de modo “Express”.
Estuvimos muy pocos días, pero lo suficiente para conocer las ciudades. Si
alguna vez van a Vilna suban a la fortaleza para tener una buena vista de la
ciudad, sáquense fotos en el puente comunista, caminen por las callecitas de
tipo medieval que los van a transportar 500 años en el pasado y no se olviden
de ir a Užupis. Užupis significa “del otro lado del río” y justamente es un
barrio que queda cruzando un pequeño río (no el que estaba congelado en el
video anterior).
Este barrio tiene una onda Palermosa, solía ser un
criadero de ratas pero de a poco los tipos más bohemios se fueron instalando
ahí y ahora está lleno de restaurants y bares de última moda; y todos los
wannabe se quieren mudar ahí. Cuando crucen el río van a ver un cartel que dice
“Bienvenidos a la República de Užupis”. En 1997 a modo de joda se autodeclararon
como estado independiente con una armada de 12 personas. Si caminan unos metros
van a ver la Consitución escrita en la pared en varios idiomas. Cada loco con
su tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario