sábado, 28 de mayo de 2011

Un francés enigmático, el túnel de Sarajevo y más lluvia

Después de una caminata insoportable de 8 cuadras bajo la lluvia llegué la terminal de buses de Ljubljana. La terminal es distinta a todas las que había visto. Los buses salen desde la calle, justo enfrente a la estación de trenes y los pasajes se compran directamente al conductor, o si necesitás algún consejo en inglés, hay unas boleterías en un kiosco. Obviamente que el uso de este servicio tiene un precio, no se exactamente de cuanto ya que lo único que entendía del pasaje era desde dónde y hacia dónde iba.

Me acerco al bus y cuando voy a subir el conductor me toca la mochila. Señala la bodega debajo del bus y me dice “Euro pol” o algo por el estilo. Pensé que onda era como con los maleteros de Liniers o Retiro, así que le tiré un Euro y me dispuse a abordar. El tipo me para y dice “Euro and pol”. Llovía, y mi paciencia se acababa. Saqué 20 centavos de euro y se ríe. Todos los que estaban ahí se empiezan a reir. A nadie le importaba la lluvia ni subir al micro, era más interesante reirse del Argento que no habla el idioma. Me río yo también y le pregunto “Dobro?” (¿todo bien? En Esloveno, Croaba, Bosnio, Serbio). “Ne, Euro POL”. Empecé a sacar y darle en forma sistemática monedas de 10 centavos de Euro hasta que se completó el Euro y MEDIO que me estaba pidiendo. El muchacho me da el comprobante y subo.

Me ubico cómodamente en mi asiento y compruebo que el papel que el morocho me dio decía claramente en inglés “Transporte de equipaje €1.5”. ¿No era más fácil empezar por ahí? Bueno, no importaba, ya estaba encaminado. El bus estaba casi vacío. No había más de 12 personas incluyendo los conductores. Si bien la distancia en línea recta entre las dos ciudades es de 400 kilómetros, el viaje duraría más de 12 horas.

Primero que nada, porque si solo durase 6 horas llegaríamos a la ciudad a las 2 am, un horario un poco incómodo. Además que el bus pasa a través de Croacia y hace unos cuantos kilómetros en ese país antes de meterse en Bosnia. Esto también significa que los pasaportes son controlados en cuatro oportunidades, demorando 25 minutos cada una de esas veces. Por último, los conductores se aseguran de que lleguemos a Sarajevo a las 8:30 am, cuando ya hay transporte público para ir al hotel o el trabajo. Este servicio de alta categoría implica que los muchachos hacen una parada de 10 minutos cada hora para fumar, siempre controlando el tiempo. Si van muy rápido se estiran unos minutos más y se toman un café en una estación de servicio. Tranqui.

Fue imposible dormir. El asiento era como cualquier otro pero por alguna razón era marginalmente más incómodo, lo suficiente para impedirme encontrar la posición justa. Cuando por fin la encontraba el bus entraba en un camino montañoso zigzagueando y empujándome de un lado a otro o simplemente los choferes decidían que su nivel de nicotina era demasiado bajo y hacían otra pausita para un puchito o dos. En una de esas pausas me di cuenta que el día empezaba a amanecer. El reloj marcaba 5:30 am y ya estábamos bien adentrados en territorio de Bosnia.

El panorama era totalmente verde, dividido en dos por el camino que transitábamos. La lluvia ya no era tan intensa como la del día anterior pero las montañas que rodeaban el valle encerraban a las nubes y aseguraban que mi estadía en este país iba a ser húmeda en su mayor parte. De vez en cuando el bus entraba en alguna pequeña aldea. En las afueras se podían ver edificios a medio construir o a medio destruir abandonados desde hace más de 10 años. Eventualmente, al parar en algún semáforo se veían los primeros edificios agujereados por balas.

El paisaje era exactamente el mismo hasta dos minutos antes de llegar a la terminal de ómnibus de Sarajevo. La lluvia era intensa de nuevo y aceleré mi paso hacia la parada del tranvía. Nunca había estado ahí, nunca había visto un mapa pero el sentido común me indicaba hacia donde correr. A lo lejos divisé el refugio en dónde supuestamente paraban los trenes. Mi misión era tomar el número 1 que me dejaría a pocas cuadras del hostel. Por alguna de esas causalidades se me ocurrió cambiar dinero en Ljubljana. Compré 20 papelitos bosnios por € 10.54. Sin pensarlo mucho se deduce que el cambio es 1 BAM (Bosnian Mark) = 3 pesos argentos.

Y esos 20 BAM fueron más que útiles, porque el cajero en la estación de buses no funcionaba y las casas de cambio todavía estaban cerradas. El pasaje en tram costó 1.60 BAM y ya me habían alertado que ni se me ocurriera viajar sin ticket (como es común en los trams de Budapest o Zagreb). Hay inspectores todo el tiempo, encubiertos y cuando ven a alguien que no marca el pasaje (especialmente si es turista), tapan las máquinas para marcar, traban las puertas, sacan la AK-47 y empiezan a controlar.

Si bien sabía perfectamente el nombre de la estación en donde tenía que bajar, no había ningún cartel o indicación en las paradas. Preguntarle al resto de los pasajeros no era una opción ya que en el vagón solamente había un borracho de 70 años agarrado de una ventana gritándole a las chicas que pasaban. En los trams más nuevos hay carteles indicadores dentro de los vagones (así como en la mayoría de los subtes), sin embargo este tren debía tener más años que el borracho, de casualidad tenía puertas y lugares para sentarse (no me atrevería a llamarlos asientos).

Bajé donde me indicó el instinto y llegué sin muchos problemas al hostel. El edificio tenía más de 100 años de antigüedad pero el departamento que funcionaba como hostel estaba impecable. Sin dudas el mejor hostel en el que me había quedado hasta ese momento. Las camas tenían un colchón de verdad, los baños impecables y el living no estaba lleno de australianos borrachos gritando como suele estar, sino que había un metegol y un piano desafinado.

Entro a mi habitación y me cruzo con un tipo con cara de pocos amigos. Mantuvo la misma expresión durante toda mi estadía. En un principio pensé se que trataba de algún veterano de guerra que había sido tomado prisionero por los tatuajes tumberos y las cicatrices. Lo saludé en ingles y me contesta “Aggj”. Más tarde me enteraré de que esta mente brillante hablaba cuatro o cinco idiomas, así que tal vez, sin darme cuenta, me saludó cordialmente en Klingon.

Desconozco que estaba haciendo en el hostel. Me dijeron que era como “parte de la familia”, había estado viviendo ahí unos cuantos meses, algo entendible por el precio más que accesible y la comodidad que ofrecían. Supuestamente venía de Francia y estaba realizando algún tipo de trabajo. Yo jamás lo vi trabajar, cada vez que llegaba al hostel estaba en la computadora jugando de forma adictiva. El misterio de esta persona se acrecentaba por el hecho de que solo lo veía comer una vez al día, en el desayuno provisto por el hostel y, como todo maniático o posible asesino serial, tenía su cama perfectamente estirada todo el tiempo. Aunque hacía meses y meses que estaba ahí, solamente tenía una pequeña valija, siempre cerrada y una bolsa de supermercado de esas que usan las abuelas, todo perfectamente ordenado.

Empiezo a desempacar mis cosas para romper un poco el orden en la habitación impuesto por este personaje y me doy cuenta que otra de las camas está ocupada. A los 5 segundos entra su dueña, Katrina. Una chica canadiense de entre 19 y 22 años que estaba recorriendo la ex Yugoslavia como yo, pero en otro orden. Nos presentamos, compartimos el desayuno, le sacamos el cuero a nuestro compañero de cuarto y salimos juntos a recorrer Sarajevo.

Nuestra primera parada fue el “Tunel de Sarajevo”. Queda un poco lejos del centro pero es bastante sencillo llegar. Una opción viable es tomar un taxi, ya que Sarajevo tiene “los taxis más baratos de Europa” según promocionan los carteles. Sin embargo el recorrido es un poco largo, éramos turistas y estaba lloviendo. El taxista no nos iba a cobrar menos de 15 euros. Así que tomamos un tram hasta el final del recorrido y allí sí un taxi para terminar de acercarnos. Recomiendo regatear y arreglar el precio de los taxis antes de abordar para evitar malos entendidos.

El túnel realmente es impactante. La recorrida empieza mirando una película de 20 minutos con la historia del sitiado de Sarajevo, entre 1992 y 1995. La sala de cine está improvisada en una antigua habitación de la cala decorada con fotos, uniformes viejos y cascos colgados en la pared, y cajas de granadas y municiones como asientos. Durante el sitiado de la ciudad, ésta fue rodeada por tropas Serbias y quedó aislada del resto del territorio libre de Bosnia. Eventualmente Sarajevo se vió desabastecida de alimentos, combustible, electricidad y armas. Es por esto que construyeron este túnel subterráneo secreto que conectaba un barrio alejado de la ciudad con el aeropuerto. Por este medio ingresaban todo tipo de provisiones, energía y combustible.

Hoy en día se pueden recorrer 20 de los 800 metros originales. El túnel no es para nada ancho ni alto. En la película se ve gente yendo y viniendo al mismo tiempo, transportando pesadas cajas y animales. Cuando caminen dentro del túnel se van a dar cuenta que no debió ser nada fácil. Para completar la visita hay documentos, diarios de la época, municiones usadas y la misma casa tiene casi todas sus paredes agujereadas por las balas (aunque para ver eso no es necesario ir hasta ahí). Realmente vale la pena ir. Salimos y casi al instante aparece un taxista que nos ofrece llevarnos de vuelta.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Eslovenia - Segunda parte

La verdad es que la lluvia no había aflojado, solamente subieron la música en el hostel y perdí la relación “ruido/cantidad de agua que cae”. Me vestí, llegué hasta la puerta y al comprobar que la temperatura había bajado más de 10 grados comprendí que no valía la pena mojarse y congelarse solo por un mediocre kebab que nunca sabés bien que es lo que trae. Pedí una pizza en el hostel y continúo escribiendo éstas líneas.

Después de la visita al castillo de Bled mi cuerpo empezó a sentir la falta de energía. No había desayunado nada para llegar a tomar el segundo bus de la mañana y asegurarme la mejor iluminación para mis fotos. Recorrí la calle que rodea el lago buscando algo que no fuera comida rápida, ni turists traps, ni excesivamente caro (hay que tener cuidado por que Eslovenia es algo caro). Metiéndome un poco por la calle principal del pueblo encontré un restaurant que ofrecía “open grill” y platos de la cocina Bosnia y Serbia.

Al principio entré un poco asustado por los mozos uniformados, las mesas vestidas como si de un casamiento se tratara, dos copas por persona, dos pares de cubiertos, pan de cortesía y un maître que trataba de hablar español tirando las palabras en italiano que conocía cambiándoles un poco el acento. Pero estaba equivocado, buena comida con unas porciones impresionantes, un tipo de cocción muy diferente a la que estoy acostumbrada en Hungría (allá simplemente fríen todo en grasa y chau) y a un precio más que razonable. Listo, era lo que faltaba para que me enamorara de este pueblito. Se los recomiendo seriamente.

A mi regreso pasé por la estación de buses y trenes para decidir que haría al día siguiente y a donde viajaría después de Eslovenia. Después de meditarlo un rato con mi mochila decidí que mi próximo destino sería Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina partiendo el domingo a las 8 de la noche. En su momento pensé que sería genial porque podría disfrutar de todo el domingo en Ljubljana, comprando souvenirs, sacando las últimas fotos, pero el clima tenía otros planes y me estoy pasando toda la tarde encerrado.

Para el sábado decidí visitar unas cavernas en la ciudad de Postojna. Cuando fui al hostel a consultar como llegar me dijeron que al día siguiente había una excursión que visitaba otras cavernas, aún más impresionantes, con un río y cañón subterráneo, luego iría a la ciudad de Piran y por último a un castillo construido en la entrada a una caverna. ¡Y lo mejor de todo es que había un 50% de descuento! No lo dudé y reservé en el momento.

La excusión arrancó al día siguiente a las 8:30 am. En total éramos 8 personas, su bloguero amigo, 2 chicos de Singapur (que al principio pensé que eran 2 chicas), una pareja mayor de Australia y otros 3 australianos mucho más mayores. Al verlos me di cuenta que la excursión no tendría demasiada aventura en sí, teniendo en cuenta que había riesgo de ataque cardíaco entre los pasajeros. Al cabo de una siesta de hora aproximadamente llegamos a las cavernas de Skocjan.

El recorrido bajo tierra es de 2 kilómetros y medio, con algunas trepadas y bajadas importantes, cientos de escalones y un puente que cruza el río sobre el cañón a 44 metros de altura y a su vez 150 metros bajo tierra. ¡Muy buena onda! Al escuchar esto dos de los australianos más vividos decidieron quedarse afuera tomando una limonada. El resto nos metimos en el mundo subterráneo.

La caverna está declarada patrimonio de la humanidad por Unesco entre otras cosas por tener el cañón subterráneo más largo de Europa (6 km). Realmente es impresionante. Estuve en otras cavernas pero ninguna con un río y el cañón es inmenso. Desgraciadamente no te dejan sacar fotos adentro, aunque para tomar una buena imagen se necesita un trípode y tiempo que ninguno está dispuesto a perder. Más teniendo en cuenta que los grupos son bastante numerosos (100 o más personas). El único momento en donde permiten tomar fotografías es a la salida de la caverna, que es justamente lo que ven acá a la izquierda (tomada con mi celu, cuando me dijeron que no se permitían fotografías adentro ni me molesté en llevar la cámara).

La próxima parada fue Piran, uno de los dos pueblos más característicos de la costa Adriática eslovena. Eslovenia tiene solo 42 km de playa. Toda esa zona fue conquistada por romanos, después eslavos, nuevamente italianos, pasó varias veces de manos a lo largo de la historia y a medida que fueron pasando las guerras. Históricamente toda el área perteneciente a Trieste fue de Eslovenia, pero en algún momento cuando delimitaron la actual frontera quedó del lado italiano.

Dentro de las ciudades que quedaron en el mapa esloveno están Portorož (puerto de rosas), llena de casinos, restaurantes, vida nocturna, la Miami de Eslovenia como dijo nuestra guía y Piran todo lo contrario a la anterior, una ciudad con marcada influencia italiana. Nunca estuve en las ciudades italianas sobre el Adriático, pero por lo que ví en las películas, ésta puede pasar tranquilamente como una de ellas. En las calles se escucha hablar italiano, abundan las trattorias, restaurantes que ofrecen frutti di mare y gelato a la hora del dolce.

Llegamos a eso de las 2 pm. En la ciudad está prohibido el tránsito vehicular. Imagínense que por esas calles diminutas apenas entra un auto y es el destino de playa número 2 del país, si cada uno va a ir con su auto, simplemente colapsa. Los eslovenos solucionaron el problema construyendo unas playas de estacionamiento gigantes en las afueras de la ciudad y proveyendo un bus gratuito hasta el centro. Nuestra guía contaba con un permiso para ingresar a la ciudad, pero solo por media hora. Nos contó un poco la historia del lugar a las apuradas para que no le remolquen la camioneta y nos dijo que nos pasaba a buscar a las 5 por la plaza principal

Empezamos la recorrida en la parte alta de la ciudad (siempre es más fácil ir en bajada…). Las vistas panorámicas invitaban a jugar con la cámara y me desafiaban a meter toda esa escena perfecta en una sola toma. Tarea imposible con mi equipo y nivel actual. Desde lo alto de la antigua muralla se podía ver un mar más azul que el mismo cielo con decenas de veleros moviéndose lentamente demostrando que sus dueños no tienen nada de que preocuparse.


El calor era insoportable así que bajé hasta la playa para refrescarme. En esta parte del mundo las playas son de piedras lo que las hace un poco más incómodas para tomar sol. Este hecho no desanimó a dos viejas que estaban tomando sol como Dios las trajo al mundo hace más de 60 años. El exceso de arrugas y carnes colgantes me asustó y volví rápidamente a la ciudad. Casi de casualidad me encontré con los dos muchachos de Singapur y nos fuimos a comer unas rabas del otro lado de la península, dónde cambiamos a las abuelas en topless por una sirena (foto).

Cuando nos acordamos el reloj ya había pasado las 5 por varios minutos. Fuimos corriendo al lugar de reunión, desentonando un poco con la tranquilidad del lugar y nos encontramos a nuestra querida guía puteándonos en algún dialecto esloveno del noreste porque se le estaban por acabar los minutos de estacionamiento en la ciudad. Para terminar nuestra excursión nos llevaron a un castillo emplazado en la entrada de una cueva, otra de las postales de Eslovenia. El castillo tiene su historia pero me costó entender el inglés de la guía y no la terminé de entender. Lo interesante es que al estar en un acantilado tiene una protección natural desde atrás y uno de los costados, por lo que solo podía ser amenazado por 2 flancos. Pero ahora que lo pienso….lo podían atacar desde arriba, a nadie se le habrá ocurrido? La trampa para los turistas es que te hacen pagar la entrada pero adentro el castillo está totalmente vacío, así que ya saben, saquen la foto y váyanse.

Conclusión: el país tiene realmente mucho para ofrecer, aunque quizás la infraestructura podría ser un poco mejor. No pasen más de dos días en Ljubljana porque sinó se van a aburrir. La gente en general es muy amable y casi todos hablan inglés. El que no hace su mejor esfuerzo y es fácil hacerse entender (tarea que puede llegar a hacerse imposible en Hungría por ejemplo). El idioma esloveno tiene muchas similitudes con el Croata, Bosnio y Serbio. La gente de un país se hace entender perfectamente en el resto. Pero algunas de las palabras más básicas son diferentes, tengan cuidado.

En Croacia el saludo es “Bok”. Mi primer día en Eslovenia me quise hacer el entendido, entro a un negocio y grito “Bok!!!”. La vieja me miraba como te miran los monos cuando vas al zoológico. Nunca aprendí como saludar, pero gracias (hvala) y cerveza (pivo) se dice igual en todos los idiomas. Para los muchachos solteros: las chicas son más que simpáticas y buena onda, en general un 8.5 diría yo. Al igual que en Hungría vienen un poco rellenitas a causa de la dieta local, pero si se llevan alguna a casa, el modo de vida y comida Argenta las va a convertir en la envidia del barrio.

Espero que les haya gustado, en la próxima edición Bosnia y Herzegovina.

domingo, 15 de mayo de 2011

Primera parada: Eslovenia

Domingo 15 de mayo de 2011. 11:16 EST. Mi cuarto día en Ljubljana amaneció lluvioso. La tormenta se venía acercando desde hace dos días y al parecer es bastante fuerte, así que durante al menos 3 o 4 días voy a tener que soportarla. ¿Y que mejor manera de pasar un domingo lluvioso que durmiendo? Desgraciadamente hoy me tocó dejar el hostel por lo que la única opción que me queda es sentarme en el living, tomar un café, ver la lluvia caer y escribir el blog hasta que se hagan las 8 de la noche.


No tenía mucha información de Ljubljana previa a mi viaje, solo comentarios como “es increíble” o “te va a encantar”, así que de movida reservé cuatro noches en el hostel, para disfrutarla a pleno. Como el viaje surgió medio a las apuradas reservé el primer hostel que parecía más o menos decente y que estuviera a pocos pasos de la estación de tren. Para mi sorpresa, resultó ser uno de los mejores de Ljubljana y hasta creo uno de los mejores en los que me tocó estar. Se llama Hostel Celica. Si vienen definitivamente se los recomiendo. Es una antigua cárcel reformada, uno duerme en las mismas celdas donde hacinaban a los reos. Ahora hacinan turistas que enciman pagan por ello.

La única habitación que encontré disponible era una compartida de 12 personas. No es tan brutal como la habitación de 20 en la que me quedé en Edimburgo, pero la cantidad de personas entrando y saliendo, hablando, gritando, llegando y yéndose se hace sentir. No está en el pleno centro, sino que son 10 minutos caminando pero en Ljubljana todo está a 10 minutos. Yo esperaba encontrar algo parecido a Viena pero más bien podría decirse que esta ciudad es un 60% Zagreb y un 40% Praga.

El jueves fue mi primer día en la ciudad y recorrí tranquilo todo el centro. Atracciones turísticas hay pocas. La plaza principal es sencillamente aburrida, llena de negocios que cierran a horas estúpidas y sin muchas multitudes. Lo que más me gustó fue el castillo, que lo mejor que tiene para ofrecer es la vista sobreelevada de la ciudad (si…todos los castillos la tienen, así que no van a ver nada nuevo). Dentro del castillo hay bares y restaurantes, y por solo €3 pueden subir hasta lo alto de la torre, sacar unas buenas fotos, después presenciar una película en 3D (de la que nunca llegué a percibir la tercera dimensión) de 20 minutos sobre la historia de la ciudad y acceder a un mini museo que no tiene absolutamente ningún artículo original. Son todas réplicas y te avisan que los originales están en el Museo Nacional de Ljubljana, por lo menos sirve para darte cuenta lo que podrías encontrar allá y decidir si vale la pena o no antes de gastar plata.

Después del castillo les recomiendo bajar a la parte vieja de la ciudad y caminar siguiendo el río. Esta lleno de restaurantes que durante las noches de verano se convierten en el lugar de reunión para locales y turistas. Justo donde el río gira está el “famoso” puente triple (nunca había hablado de él pero todos afirman que es uno de los símbolos de la ciudad). Son 3 puentes, uno al lado del otro. Buen punto para fotografías pero pasar más de 20 minutos es excesivo. Siguiendo el mismo camino aparecen unos mercados a cielo abierto donde la gente local ser aprovisiona de frutas y verduras. Si uno va temprano (antes de las 2 pm) la vista es impresionante: docenas de puestos ofreciendo algo que a la distancia solo se distingue como mezclas de colores, gente yendo y viniendo y las abuelas charlando en las esquinas.

Y más o menos eso es todo lo que la ciudad tiene para ofrecer, hay que caminar todas las callecitas para llevarse una impresión de cómo se vive el día a día, salir de noche a tomar un “pivo” (recomiendo la Union, una cerveza local bastante buena) o un “Češnjevec” que es un aguardiente de blueberries o cerezas. Por un segundo pensé en dejar el bloggeo unos minutos para ir a buscar algo para comer, pero en el mismo momento que me levanté para mirar por la ventana la lluvia se intensificó y decidí pedir una segunda ronda de café.

En el último siglo la ciudad sufrió una remodelación importante, y entre ellas la construcción de un rascacielos llamado Nebotičnik que durante años fue el más alto de Europa del Este y todavía sigue siendo otro de los íconos de la ciudad. El edificio no es para nada llamativo, pero tiene un bar en la terraza que si bien es un poco caro, es ideal para tener vistas nocturnas de la ciudad.

Al finalizar el primer día me di cuenta de que los 4 días planificados para Ljubljana serían más que excesivos y comencé a buscar alternativas. Por suerte el país tiene mucho más que ofrecer que solo la capital.

Bled

Uno de los destinos que me recomendaron es Bled, una aldea ubicada al noroeste de Ljubljana donde comienzan los Alpes, a unos pocos kilómetros de la frontera con Austria. La ciudad es diminuta y muy simpática, llena de hoteles y restaurantes es un destino turístico desde hace más de 2oo años. Les juro que no podía creer lo que veían mis ojos. Un lago increíble de un color verde esmeralda intenso, lleno de peces, patos y cisnes. Una pequeñita isla en el medio del lago con una iglesia, todo rodeado por montañas y en una de esas montañas un castillo que el mes que viene cumple 1000 años.

Llegué bien temprano al pueblo porque me recomendaron que para la fotografía la luz es mejor por la mañana. Fue una buena idea, no por la luz, sino porque la trepada al castillo es bastante importante y hacerla con el sol y el calor del mediodía no es nada cómodo. Desde el castillo la vista es imponente (mucho más que en el de Ljubljana, por supuesto) y como en el caso de todos los castillos me pregunté como carajo subieron las piedras hasta ahí para construirlo. Si a mi me cuesta subir con mi mochila, cada una de esas piedras de 40 o 50 kilos debió haber quebrado la espalda de más de un esclavo.

Toda esa magia que subía desde el lago mientras los botes avanzaban lentamente me hizo sentir el rey de toda esa área. Ahí estábamos solo yo y mi mochila, sentados en la muralla, tratando de hacer lo imposible por capturar lo que sentía con mi cámara de fotos, escuchando solo una especie de música medieval que venía desde la cafetería y los pájaros que se me acercaban para ver si les tiraba algo para comer. Un paraíso en vida.

Pero no me duró mucho. Al cabo de 10 minutos llegaron 5 ómnibus juntos y de cada uno bajaron 50 japoneses que parecían clonados. 250 asiátivos con sus anteojos de sol, visera, camisa a cuadritos de manga corta, un chalequito, pantalones cortos llenos de bolsillos por arriba de la rodilla, zapatillas de trekking recién compradas y una Nikon D90 con un lente que vale más que mi laptop. En menos de 5 minutos el megáfono de su guía convirtió mi paraíso esloveno en un infierno japonés. Por lo menos ya tenía alguien que me tomara las fotos. Busqué rápidamente a algún nipón de entre 20 y 40 años, que tuviera una Cannon y que no estuviera sacando fotos con flash. Mucho quipo pero poco seso, me saco 4 fotos seguidas, todas iguales y yo en el medio tapando la isla y el lago y llenando medio cuadro con el piso del castillo.

Habiendo renunciado a mi intento de quedarme con un recuerdo decente del lugar me dirigí al museo (incluido con el precio de la entrada) para aprender un poco de la historia del lugar. Al cabo de media hora de recorrida me encontré un grupo de australianos con una guía en inglés así que haciéndome el Argento dolobu, me puse a sacar fotos al lado para ver si agarraba algún dato interesante. Y lo hice. Esos botecitos que ven en el lago es un tremendo oligopolio. Hace mucho mucho tiempo Eslovenia era parte del Impero Austro-Húngaro y la María Teresa por alguna razón que no llegué a entender le otorgó el permiso de navegar esos botecitos y llevar a turistas desde y hacia la isla a unas familias determinadas. Y desde ese entonces la tradición y el permiso se pasa de padres a hijos. Nadie más puede navegar el lago con ese fin.

Otro dato interesante y que me hace sorprender cada vez más del fanatismo religioso es sobre la isla y su iglesia. Desde tiempos ancestrales las tribus eslavas tenían una especie de “altar religioso” en la isla. Con el tiempo eso se convirtió en un tempo, luego en la iglesia que está ahora y los religiosos hacían lo siguiente. En la tardecita se tomaban un bote hacia la isla. Cenaban en la iglesia, pasaban la noche cantando canciones sagradas, luego iban a la misa de las 4 a.m. y al terminar regresaban de la isla. ¿Divertido, no? La lluvia aflojó un poco, me voy a buscar un kebab y vuelvo!!

miércoles, 11 de mayo de 2011

Un viaje sin destino

Miércoles 11 de mayo de 2011. 17:12 EST. Frontera entre Hungría y Eslovenia.

Mi siesta forzada por el aburrimiento había llegado a su fin. Al entreabrir los ojos noté que el sol ya había empezado a bajar y dejaba de colarse sin pedir permiso a través de la ventana del vagón. Esto es una buena señal porque significa que el calor dentro de este pequeño horno a escala especialmente diseñado para humanos empezaría a descender. Recién ahora me doy cuenta que las últimas palabras que escribí en este blog fueron en enero, cuando el denominador común de todos mis posts era el frío que se penetraba hasta los huesos, la nieve que cuando empieza a caer es hermosa, pero cuando cae por una semana seguida sin parar y sin dejarte ver el sol te dan ganas de drogarte con el primer alucinógeno improvisado que tengas a mano para llegar en un instante a otra latitudes de sol, arena y mar.

Esos deprimentes días son partes del pasado. El que es paciente tiene su recompensa tarde o temprano. Desde hace ya dos meses que la nieve desapareció y el verde empezó a reemplazar lentamente al blanco en el paisaje. Mi trabajo también es parte del pasado. Mi plan de trabajar en el invierno para viajar en verano fue un éxito. Sería algo así como sufrir el doble (trabajo+frío) para disfrutar más tarde en igual medida (vacaciones+verano). La oportunidad del trabajo corto que conseguí en Hungría me permitió recarga un poco la billetera que sufría de anorexia desde septiembre y al mismo tiempo realizar viajes cortos por los alrededores, tratando de cortar un poco con la depresión.

Nunca les llegué a escribir sobre Jászberény, la ciudad en la que estuve viviendo desde diciembre, ya estoy tratando de conocerla a fondo (no es tan grande), de aprender la historia y de buscar las mejores fotos para hacer un post completito. Esta ciudad está a unos 100 km de la capital, Budapest. Tiene algunos edificios “altos” (de 4 pisos) pero en su mayoría son casas bajas, conectadas por caminos de tierra y rodeada por unos cuantos ríos. Al irse la nieve me gustó tanto la ciudad que aunque mi trabajo terminó, decidí quedarme unas semanas más antes de volver a Londres.

Mi primera tarea al terminar de trabajar fue buscar un departamento, ya que no podría quedarme en el hotel, por cuestiones económicas y de comodidad. Al no dominar (más que dominar…entender) el idioma se hace bastante difícil leer los clasificados así que tuve que limitarme a preguntarle a conocidos. Al principio pensé que en una ciudad tan chica sería fácil encontrar algo, más que nada habiendo escuchado por ahí que había otra gente del proyecto que se había podrido antes que yo del hotel y estaban viviendo en un departamento.

Consulté a mis conocidos y todos me dijeron que conocían a alguien que alquilaba departamentos, pero luego de hacer las averiguaciones correspondientes ninguno estaba disponible. Como ya saben un argento se la rebusca y el mismo viernes que se terminaba mi reserva en el hotel pensé en alquilar una carpa en un local de camping y acampar unos días al estilo gitano hasta conseguir asilo. Pero ese mismo día apareció el departamento ideal. Céntrico (aunque mucho no importa porque el centro está a 15 minutos caminando de cualquier lado de la ciudad), completamente amueblado y equipado y disponible para mudanza inmediata.

Me tocó justamente en uno de esos pocos edificios con cuatro pisos y el departamento está, como pueden adivinar, en el cuarto piso. Ascensor no hay así que la mudanza la realicé a la vieja usanza. Al terminar cociné mi primera comida casera, después de 4 meses de comida de microondas y sandwichs improvisados, abrí un vino blanco local y me senté en el balcón a admirar la vista panorámica de la ciudad. Durante la segunda copa de vino me pregunté a mi mismo “¿Y ahora? Ya está el departamento...¿qué sigue?”. Definitivamente no me voy a quedar seis semanas tomando vino en el balcón. Los días son soleados, el calor me invita a armar de nuevo las valijas y mi mochila me pide a gritos que la saque a pasear.

En el departamento no tengo Internet, así que me fui al kávéház (casa de café) más cercano con mi laptop para planificar mi próximo movimiento. Ojeando Google Maps veo los países cercanos a Hungría y tirando la moneda decido hacer un viaje de tiempo indeterminado por la ex-Yugoslavia y tal vez Bulgaria. Igual de indeterminados son los destinos específicos. En ese mismo momento reservé cuatro noches en un hostel en Liubliana, capital de Eslovenia, y memoricé los horarios de los trenes desde Budapest. De vuelta en mi hogar armé las mochilas, empaqué solo lo imprescindible y tomé el bus hacia Budapest.



El tren a Liubliana parte al mediodía desde la estación de trenes Déli. El pasaje es parte de esos programas de tickets de tren baratos. En general, desde Budapest se puede ir ida y vuelta a las principales ciudades cercanas por unos 40 o 50 euros. Ese es el precio con descuento. No se que tipo de descuento, porque se lo cobran a todos, sin importar tu edad, si sos estudiante, parte de una minoría, si pesas 150 kg o lo que sea. Ahora, cuando hay mucha demanda de pasajes esos se acaban y te empiezan a cobrar 200 euros o más. Así que ya saben, si van a viajar en temporada alta o en feriados onda Pascuas, Navidad, Fin de Año o lo que sea, compren con anticipación. Esta vez, el pasaje solo de ida (bien a lo aventurero) me salió 29 euros. Muchísimo más barato que un avión, sin el costo oculto del transporte desde y hasta el aeropuerto (que muchas veces sale lo mismo que el vuelo en sí), sin tener que llegar con 2 horas de anticipación para abordar, sin escalas y muchísimo más cómodo.

Personalmente odio los aeropuertos, por razones que ya expliqué en el blog. Y cuando tengo viajes en tren como el de hoy, la diferencia entre los dos tipos de transporte se hace abismal. Son nueve horas de viaje pero el tren va casi vacío. El vagón está compuesto por cubículos para 6 personas, cada uno con una ventana hacia el exterior y una puerta para aislarlo del pasillo. Estoy escribiendo estas líneas mirando como el tren pasa por unos campos interminables de girasoles, ya en Eslovenia, más relajado que en mi propio departamento. El calor ya cedió, si bien el sol sigue lejos del horizonte creo que en menos de una hora voy a tener que cerrar la ventana.

Como empecé diciendo, mi siesta fue interrumpida hace una hora por un golpe en la puerta. Era uno de los policías del control de frontera. Pensé que con todo el cuento de la Unión Europea esas cosas ya no existían. Me pide el pasaporte y le doy mi pasaporte italiano. Lo estudia y me pregunta “¿Yendo a casa?”. “No…todavía no” le contesté. La verdad es que me faltan exactamente tres meses para volver a mi verdadera casa. Me devuelve el pasaporte mientras murmura “hvala” sin mirarme y sin cerrar la puerta. Ya que el muchacho me despertó, aproveché para comer el segundo sándwich de mis provisiones (para los viajes largos en tren recuerden llevar provisiones porque el tren no para y si lo hace no podés bajar a comprar nada, no te da tiempo). Y con esta larga introducción comienza la crónica de un viaje que todavía no ha empezado y no tengo ninguna seguridad de cómo ni cuándo va a terminar.